Argumentos contra la gestación subrogada en su versión «altruista»

El supuesto código ético para la gestación subrogada, asociado a un determinado ejercicio de la autonomía privada y del altruismo, sigue planteando muchos problemas, especialmente, si no se parte de una plataforma ideológica profundamente neoliberal

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Imagen de archivo de una mujer embarazada en una consulta médica. EFE

Es obvio que la gestación subrogada tiene que ser todavía muy discutida en nuestro país, y que esa discusión la tienen que protagonizar, fundamentalmente, las mujeres, porque cuando hablamos de gestación, hablamos de sus cuerpos; del uso de esas funciones biológicas de concepción, gestación y parto que solo tienen las mujeres, sea o no sea tal uso gratuito, y sean o no sean varones los llamados padres de intención.

Normalmente, en España, quienes defienden la GS apuestan sólo por su versión «altruista» con compensación económica y con ciertas restricciones. En estos casos se habla de donación, en el presupuesto de que esta transacción se sitúa fuera del mercado y de que, por tanto, no hay explotación económica de la gestante. La gestación subrogada, se dice, es una Técnica de Reproducción Asistida en la que una mujer hace donación de la capacidad gestacional de su útero a fin de que otra persona o personas puedan tener hijos.

La ficción jurídica que representa el contrato de gestación, con el que se otorga la filiación a los padres de intención, considera a la gestante únicamente como un medio uterino dado que, entre otras cosas, carece de vínculos genéticos con el bebé al que engendra en su cuerpo y al que proporciona alimento y oxígeno hasta que nace. Por lo demás, se afirma, las gestantes subrogadas no se consideran a sí mismas madres así que no pueden ser consideradas como tales. Y, para terminar, se subraya que la donación de la capacidad de gestar es idéntica a la donación de gametos (óvulos y espermatozoides) o a la donación de órganos que puede ser, se dice, incluso, más lesiva.

La cuestión es que este supuesto código ético para la GS, asociado a un determinado ejercicio de la autonomía privada y del altruismo, y apoyado, en buena parte, en un uso de los términos que induce a la confusión, sigue planteando muchos problemas, especialmente, si no se parte de una plataforma ideológica profundamente neoliberal. Aquí voy a exponer solo algunos de ellos, excluyendo ahora otros tantos, por mor de la brevedad.

  1. ¿Es cierto que la donación está «fuera del mercado»? Allí donde está regulada, el coste de la donación «altruista» oscila entre los 45.000 y los 60.000 euros, de manera que sigue siendo un espacio al que solo pueden acceder algunos. Pero, además, y lo que es más importante, la gestación «altruista» sigue siendo una forma de sustituir la norma parental de los afectos por la que rige el tráfico comercial (haya o no haya intercambio monetario) porque en lugar de desmercantilizar y de someter la lógica productiva a la reproductiva, llevando al ámbito público la cultura de los cuidados, por ejemplo, lo que hace es someter la reproducción a las dinámicas productivas. Lo cierto es que la gestación subrogada exige que se relea en clave capitalista lo que no es sino un lazo afectivo al que, especialmente las mujeres, hemos atribuido un sentido que nada tiene que ver con la dinámica del mercado.

  2. Más allá de la filiación, que siempre es una construcción jurídica, cabe preguntarse por qué conceptualmente son los vínculos genéticos más importantes que los biológicos, al punto en que la gestante pueda quedar totalmente invisibilizada. Esto es, ¿qué importancia queremos concederle a la descendencia «propia»? ¿No hay algo de egocentrismo y narcisismo personal en todo esto? ¿Es darwinista «diseñar» a tu propio hijo?

    Hay quien defiende la gestación, entre otras cosas, porque la adopción es arriesgada.  Estos menores, se dice, «por el hecho de haber sido abandonados, ya tienen un trauma. Además, en muchos casos, también han sufrido maltratos y/o sufren enfermedades. El Estado tiene la obligación de encontrar una familia que sea capaz de hacerse cargo de [ellos], con todas estas necesidades y problemas adicionales, en todos los sentidos: intelectualmente, emocionalmente, económicamente…». Pero, ¿es esto cierto? En caso de serlo, ¿es un argumento en favor de la GS? ¿Qué se quiere decir con estas afirmaciones? ¿Qué se corren menos riesgos con los niños «propios»? ¿Qué una puede asumir sus «enfermedades» y «traumas» con mayor entereza? La generalización de estas dudosas valoraciones puede explicar que la adopción haya caído en más del 72% en los últimos cinco años de los que se tienen cifras, y desde luego no dicen nada bueno en favor de la GS.

    Por lo demás, en la GS se suele dividir el papel de la madre en tres, subrogada, gestante y donante, para poder discriminar mejor a la donante y a la gestante, o buscar óvulos con una carga genética determinada, y senos maternos de mujeres con una personalidad concreta, ¿no exhibe esto una buena dosis de eugenesia liberal y darwinismo social? Aunque algunos podrían preguntarse qué hay de malo en eso de diseñar a tu propio hijo si hay posibilidades de «perfeccionamiento» o de «mejora», este «supermercado genético» resulta francamente preocupante. Y no solo por obvias razones morales, que ahora no voy a detallar, sino por las consecuencias nocivas que podría tener en un mundo en el que lo que prima es el acceso desigual a estos recursos y en el que la brecha genética global es ya suficientemente profunda. Ahí subyace esa eterna aspiración prometeica de rehacer la naturaleza para satisfacer nuestros deseos sobre la que también descansa el capitalismo y el patriarcado.

    3. ¿Puede la gestante, genuinamente, «no considerarse madre» antes de iniciar el proceso de gestación? Con la firma del contrato de subrogación, la gestante renuncia absolutamente a todo, especialmente a la posibilidad de arrepentirse, y ello aunque se compromete con una situación que no se ha dado todavía y que bien podría animarle a cambiar de idea. El embarazo no es un acto de punto y final, es un proceso en el que se sufren transformaciones físicas y emocionales que la gestante debería tener la libertad de valorar en todo momento. Asegurarse de que alguien firma libremente un compromiso no es suficiente si la libertad se consuma y finaliza en el acto de firmar; si no hay reversibilidad una vez se conoce aquello a lo que una se compromete. ¿Podrá interrumpirse la gestación o continuarla contra el criterio de la parte subrogada?

    Por lo demás, que durante un período (que en Reino Unido se reduce a seis semanas) la gestante pueda pensar si entregar o no entregar al niño, de modo que lo que se produzca sea una transferencia de maternidad, no pone al niño en situación de indefensión, como afirman algunos. En España los niños nacidos por gestación subrogada son inscritos como hijos de los padres de intención que, además, ya tienen derecho a las prestaciones propias de la maternidad/paternidad, de manera que el interés superior del menor queda siempre salvaguardado (algo que, aclaro, no supone que se haya legalizado de facto la gestación subrogada).

    En fin, se dice que la falta de información de la que adolece la gestante al firmar el contrato, puede subsanarse recurriendo solo a quienes han sido madres alguna vez, en la idea, supongo, de que todos los embarazos son iguales (visto uno, visto todos). Sin embargo, esta idea refleja una concepción «maquínica» del proceso de gestación y del parto que es, cuando menos, discutible. De hecho, el temor de los padres de intención a perder el control del hijo nacido pone de manifiesto las dudas que ellos mismos tienen acerca de la manera en la que ese proceso puede influir en la voluntad de la gestante, dado que si su libertad estuviera asegurada con el simple hecho de firmar, no habría necesidad alguna de establecer cláusulas de irreversibilidad. «No es incomprensible que las gestantes sientan cariño por el bebé, como se puede sentir cariño por el hijo de un amigo», han llegado a decir algunas, haciendo uso no ya del útero de la gestante, sino de su propia estructura sentimental.

    4. ¿Puede (auto)concebirse la capacidad reproductiva separando el útero propio del niño que se engendra dentro?

    Contestar afirmativamente a esta preguntas supone concebir el embarazo y el parto en su dimensión estrictamente física o corporal, eludiéndose cualquier valoración acerca de los vínculos emocionales que tal experiencia podría suponer o el significado que las mujeres le solemos atribuir a tales vínculos (gracias a los que, entre otras cosas, conseguimos distinguir el afecto por nuestros hijos, del que sentimos por los hijos de nuestros amigos). Por esta razón, entre otras, en 2015, el Parlamento europeo se opuso a la gestación subrogada en la que, según su Resolución, se usaba el cuerpo de la mujer y sus funciones reproductivas como un simple commodity.

    La relectura de los vínculos, las emociones y los afectos que reflejan estas posturas es tan profundamente individualizada, artificiosa y alejada de nuestras propias vivencias que las hacen difícilmente reconocibles para las mujeres. El rol que las mujeres han venido desempeñando en el ámbito privado, familiar y doméstico les ha ayudado a interiorizar como propio un mundo relacional que fomenta la empatía y los afectos; a desarrollar un punto de vista ético diferenciado al que llamamos «ética del cuidado», y a entender la autonomía y la libertad personal como relación, no como autosuficiencia, separación o fragmentación. Y muchas pensamos que esta perspectiva feminista, que es claramente subversiva y progresista, es la que hay que trasladar al espacio público y a las instituciones para feminizarlas o despatriarcalizarlas.

    La gestación subrogada, en cambio, lo que exige a la gestante es que aliene sus afectos, que se comprometa a reprimir, de forma irreversible, la vinculación emocional que pudiera llegar a sentir por el niño que engendra, y para la que ha sido, por lo general, socializada. Esto es, que renuncie a su socialización relacional para vivir la autonomía como un ejercicio patriarcal y masculinizado de desconexión. Es más, la desconexión que se pretende es tal, que excluye que la gestante pueda tener una relación de parentesco con la parte subrogada para que, según dicen, no quede afectada su libertad de decisión. En Brasil, sin embargo, esta «afectación» se considera una garantía de bienestar tanto para la gestante como para el niño, de manera que la legalización se ha limitado precisamente a la unidad familiar.

Finalmente, lo que hay que discutir frente a la GS es el tipo de relación social que se está protegiendo con su legalización, y el modo en que tal relación conecta con el capitalismo y el patriarcado, confirma la ideología machista dominante y fomenta la desigualdad de género. Y esta compleja discusión que, insisto, han de liderar las mujeres, es la que todavía tenemos pendiente, y la que no podemos dejar en manos ni de varones, ni de lobbistas ni de medios de comunicación.