Tener un hijo a cualquier precio

No todos los deseos deben ser satisfechos. A veces, porque es imposible. Otras porque, aún siendo posible, los medios para dar satisfacción a un deseo ofrecen dudas de carácter ético.

 

Es lo que ocurre con la llamada gestación subrogada cuando es la única opción al alcance de una pareja que desea tener un hijo y algún obstáculo biológico se lo impide. ¿Qué hay de ilegítimo –se preguntan las mujeres y hombres que optan por esa vía- en contratar a una mujer para que cumpla la función que a ellas o a ellos les está vedada?

Subrogar la gestación del que quiero que sea mi hijo en otra mujer a la que compenso económicamente por hacerlo contradice el imperativo moral que Kant formuló como principio de la moralidad: «actúa de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca únicamente como un medio». Alquilar el útero de una mujer es utilizarla como medio para satisfacer un deseo (nunca un derecho) propio.

¿Utilizarla? ¿Y si ella consiente, como es el caso en aquellos países donde se ha legalizado la gestación por substitución? ¿Por qué tiene que ser moralmente incorrecto cuando la mujer contratada para gestar acepta libremente las condiciones del contrato? ¿Puede hablarse de utilización, de tratar a otra persona como un medio para mis intereses, cuando esa persona actúa con plena libertad y sabiendo lo que hace?

Es difícil de precisar en qué consiste actuar con libertad. Nadie es totalmente autónomo a la hora de decidir. Los condicionamientos son múltiples y muchas veces desconocidos. Lo que, en este caso, plantea más dudas sobre la libertad de la madre subrogada es la compensación económica imprescindible para que se preste a hacerlo.

Se la llama «compensación», no «pago», porque vivimos en medio de eufemismos que aceptamos para autoengañarnos. Compensar o remunerar, da lo mismo, el caso es que no nos estamos refiriendo a una transacción cualquiera, equiparable a cualquier otro contrato de trabajo. Tener un hijo por cuenta de otra o de otro no es un trabajo, es una prestación que, en todo caso, no debería retribuirse económicamente.

Nos ponemos muy exquisitos cuando impedimos la donación retribuida de órganos, ¡incluso de sangre!, sin aceptar en ningún caso la excusa de que el donante consiente. Se trata, decimos, de un órgano del cuerpo humano y ¡el cuerpo es sagrado! No puede estar sujeto a mercantilización. No obstante, contratar a otra mujer para que se preste a un embarazo sustitutorio, con todas las consecuencias, felices o infelices, que puedan derivar del embarazo, no se quiere entender como mercantilización de la maternidad. Teniendo en cuenta, además, que habrá un tercero afectado, el niño que va a nacer, que sufrirá las consecuencias perniciosas, si las hay, del proceso. El mero rechazo que produce llamar «vientres de alquiler» a quienes no ven reparos en autorizarlos ya pone de manifiesto que se evita cualquier término que aluda a una transacción económica.

John S. Mill, el gran defensor de las libertades individuales, el más grande antipaternalista, que afirmó con rotundidad que «soy libre de hacer con mi vida lo que quiera sin que ningún poder superior pueda ni deba interferir ni siquiera para propiciar mi bien», se opuso con la misma contundencia a la esclavitud consentida. Hay, tiene que haber, unos límites, si queremos preservar la dignidad de la persona.

A medida que se desarrollan las técnicas de fecundación asistida nos acercamos más y más a la normalización de tener niños «a la carta». A normalizar la decisión de tener el hijo que yo quiero y como yo quiero. No todo tiene que poderse comprar. Ni cualquier procedimiento es elegible para satisfacer un deseo.

Y quienes piensan que regulando la práctica de la maternidad subrogada se conseguirá actuar mejor, se equivocan. Pronto dejarán de distinguirse los motivos que impulsan a programar un hijo por esos medios: ¿Imposibilidad biológica?, ¿comodidad?

No es ciencia ficción augurar que pronto habrá vientres robots que cumplan ese menester. Si ahora autorizamos que lo hagan mujeres, ¿tendremos argumentos para desautorizar que lo haga un robot? ¿Por qué, en lugar de discutir si permitimos la gestación subrogada, no agilizamos los procesos de adopción?